Claudia Schiffer ya no es lo que era

Estoy viendo unas fotos de Claudia Schiffer y compruebo con dolor que no me parezco en nada a ella. Tampoco me parezco en nada a Kim Bassinger, pero eso ya lo tengo asumido y hasta superado.

Lo de la Schiffer es peor, porque pone demasiado de manifiesto los elementos diferenciadores de las top models como ella con las demás mujeres. Esos elementos diferenciadores van cada día a más. 

Las nuevas musas de la divinidad son las más altas de las altas, las más exuberantes de las exuberantes y las más jóvenes de las jóvenes. O sea, que no hay color con nosotras, el resto. La Schiffer, encima, tiene cara de espabilada, lo cual fastidia doblemente, porque aleja la posibilidad de utilizar el viejo truco de la guapa-onta, que es el pataleo al que nos acogemos las mujeres cuando a nuestros «partenaires» se les cae la baba ante una guapa oficial. Hasta hace poco las guapas oficiales estaban hechas sólo para ser miradas en silencio, sin pedirles nada a cambio, y no digamos ya un pensamiento estructurado. Bastante tenían con la estructura de su propio cuerpo, ese andamiaje, donde se asoman los millonarios y los príncipes, los escritores y los ídolos del rock, los directores de cine y los estadistas. El consuelo de que la hermosura sólo habita en las mentes necias ha dejado de valer.

Ahora mismo no puedo reprimir un vago sentimiento de rabia. Desde las fotos, Claudia me mira con una superioridad aplastante, como sí me perdonara la vida. Sabe que no le llego a la altura del zapato y que si sé pone, incluso me recita un poema de Goethe aguantando la respiración. Ella viaja, gana pasta, habla idiomas y domina su cuerpo como yo no domino mi corazón. El feminismo no le ha enseñado a ser más feliz ni a sentirse más libre. En cambio yo, feminista de mierda, soy una esclava de la imagen y me paso la vida haciendo méritos para alcanzar un ápice de la hermosura de Claudia. Voy a la peluquería a darme mechas, me martirizo con la cera caliente, busco modelos de narices en los catálogos de los cirujanos plásticos, me someto a dietas implacables y compro enloquecidamente disfraces que me ayuden a parecer otra.

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