El círculo se ha cerrado

Programas especiales en la televisión, monógraficos de radio dedicados a su figura, páginas y páginas hablando de sus logros, la edición del disco recopilatorio Bootleg series, los ojos de los que pasan de los treinta húmedos de melancolía. Y él, tan poco expresivo como siempre, dice que «hoy, aunque cumpla cincuenta años, es un día como otro cualquiera y que, por supuesto, no piensa organizar una fiesta». 

Pero a su público de siempre le importa más bien poco; celebran el festejo como los cumpleaños de los niños: para divertirse ellos y, de paso, acercarse un poco a la cada vez más lejana juventud. Un síndrome de nostalgia, de volver la vista al pasado, que también ha afectado a Robert Allen Zimmerman (a partir de 1961, Bob Dylan). Durante la gira que realiza estos días por América Central y Suramérica ha vuelto a sus orígenes, se libera de las ataduras de la guitarra eléctrica y el rock and roll que le tuvieron secuestrado durante varias décadas y regresa a la pureza del folk, a los sonidos anteriores a 1966, cuando la armónica, la guitarra acústica y la ciega admiración por la leyenda de la canción folk norteamericana, Woody Guthrie eran sus únicas armas musicales. 

Es el viaje en el tiempo de un símbolo de los sesenta, que en sus comienzos vampirizó sin piedad a leyendas del rock como Hank Williams oLittle Richard, del cine (basta con fijarse en la foto de portada de The freewheelin, en la que un Dylan casi idéntico a James Dean pasea con su primera mujer, Suze Rotolo) o de la poesía. Pero los «hurtos» cometidos en esa época de adolescencia han sido pagados de sobra. La mayoría de los músicos surgidos después de los setenta reconocen su deuda con el bueno de Dylan. Incluso los menos sospechosos, por su juventud, afirman haber crecido oyendo en el tocadiscos de sus padres -hippies en su juventud- las canciones de este judío, nieto de refugiados ucranianos. Unos aceptan su deuda con la poesía, con las implicaciones bíblicas y sexualidad encubierta de las letras, otros con la sencillez «bluesera» de sus melodías. Pero los más se identifican con el espíritu rebelde y el compromiso político de este músico que declaró su postura ante todas las guerras y acontecimientos políticos de su tiempo y que inspiró a una generación de jóvenes que quemaban sus tarjetas de reclutamiento y abrazaban la idea del amor libre. 

La cantante irlandesa Sinead O'Connor, confesa fan de los textos de Dylan, ha declarado a The Guardia, que la canción I want you es la favorita de todas las compuestas por el mito que cambió su nombre en honor del escritor inglés Dylan Thomas. «Cuando oí por primera vez -confiesa Sinead- en Blonde on Blonde esa canción, la versión era tan rápida que no pude darme cuenta de lo bonita que era hasta que no la escuché de nuevo en el disco Budokan album. Entonces pude apreciar la tristeza y belleza de ese tema». Pero la rebelde O'Connor no es la única admiradora entusiasta. Tom Petty, Mark Knopfler, Joni Mitchell, Joaquín Sabina,.Stevie Wonder, todos los miembros de U2 llaman «papá» a Dylan cuando le oyen por la «tele». Aunque Tom Waits, el «outsider» por excelencia, «musa» del controvertido Jim Jarmusch, es quizá el más cariñoso de todos. Y se empeña rendir homenaje, con sus alabras, a Sadeve lady of the lowlands, una de las canciones más bonitas de su alma paralela: Bob Dylan. «Todas las canciones de Dylan -ha declarado Waits a The Guardian - están esculpidas en los huesos del espíritu. Son míticas y visionarias. 

Pero, para mí, Sad-eye lady of the lowlands es la mejor». «Ese terna -continúa- puede hacerte huir de casa, trabajar en el ferrocarril o casarte con una gitana. Me hace pensar en vagabundos reunidos alrededor de un fuego, debajo de un puente recordando el pelo de una mujer. l.a canción es un sueño, un misterio, un sueño... Una alegoría de lo que. aún hoy, es Dylan».

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